EL pasado fin de semana hemos celebrado aquí, en Balmaseda, nuestro tradicional Mercado Medieval. Como cada año, el pueblo se ha llenado de los colores más vivos, de música y gritos, de un montón de olores y texturas especiales... Animales exóticos, puestos de venta con objetos de lo más curioso, equilibristas, fakires y magos, caballeros malhumorados de armaduras relucientes, damas delicadas con riquísimos vestidos largos... Vendedores ambulantes, animadores varios, gentes del pueblo y turistas, muchos, muchísimos, una cantidad abrumadora de turistas. Caminar por las calles de la Villa, entre una cosa y otra, era una tarea complicada y a veces ¡hasta peligrosa! Una locura fascinante.
Pues bien; en medio de este jaleo me ha sorprendido (o quizás no tanto, por desgracia...) cruzarme con decenas (no uno, ni dos, ni seis, ni diez...) de bebés pequeñitos, muy pequeñitos, que o bien recorrían el Mercado metidos en sus carritos o, aún peor, colgando en distintos artilugios portabebés de dudoso diseño e incierta seguridad. Y TODOS, sí, TODOS, de cara al mundo, mirando hacia la calle, enfrentados al ruido, al bullicio, a un tremendo caos sensorial, a una enorme marea de estímulos.
Y me ha dado mucha pena, la verdad.
¿Tanto nos hemos desconectado de nuestros bebés que nos hemos vuelto incapaces de reconocer su naturaleza más básica, su vulnerabilidad, su sensibilidad extrema, su extrema necesidad de protección?
Es curioso, porque en los talleres de porteo que organizo la mayoría de las madres se muestra reacia a colocar a sus bebés pequeñitos a la espalda y casi todas coinciden al explicar que sienten este cambio de ubicación como una especie de "separación", que es un paso que les cuesta dar porque les supone romper un vínculo importante con sus bebés. Dejar de ver al peque, dejar de tenerle al alcance de sus manos y sus besos, apartarle de la posición frontal, de ese abrazo cercano al pecho y al útero y pasarlo a la espalda lo interpretan de manera inconsciente como una suerte de "abandono", de "pérdida", como si el bebé quedara desamparado y desprotegido... o como si quedaran desamparadas y desprotegidas ellas mismas! Sin embargo la posición de cara a la marcha, que es la que realmente les desprotege y abandona, ésa no solo la piden y preguntan por ella sino que, me consta, me la traen a los talleres recomendada por la pediatra. Según les dicen a los padres en la consulta, es una manera estupenda de estimular a los bebés, de que conozcan el mundo y "se espabilen".
Madre mía...
Vamos a dejar ahora al margen el tema de los problemas fisiológicos que esa postura puede acarrear, y nos centraremos tan solo en el impacto emocional que provoca, ¿de acuerdo? Bien...
Cuando colocamos a un bebé de cara a la marcha, mirando hacia nuestro frente, de espaldas a nosotras, le estamos exponiendo a la totalidad de los estímulos que hay ahí fuera, a todo lo que hay que ver, a todo lo que hay que oír, al soplar del viento, al ladrido de los perros y al brillo chillón del sol en los parabrisas de los coches. Para el bebé todo esto es nuevo y atractivo, y al mismo tiempo, precisamente por nuevo y desconocido, un poquito aterrador. ¿De dónde ha salido ese estruendo? ¿Será una amenaza para mí? Y ese señor tan grande que vocifera y hace aspavientos con los brazos, ¿va a hacerme daño? ¿Tengo que temer a ese río de rostros desconocidos que se avalanzan sobre mí casis sin mirarme?... Un bebé no tiene los recursos intelectuales suficientes para responder por sí mismo a estas cuestiones que, de manera pre-lingüística, seguro que se está formulando. No tiene experiencia del mundo como para distinguir qué es peligroso y qué no. No puede entender que la música estridente es eso, música, y no un elemento ensordecedor y hostil, que las mazas de fuego del malabarista son un espectáculo y que los centenares de manos que se acercan a hacerle carantoñas lo hacen con buenas intenciones. !No puede! Un bebé recibe los estímulos del mundo con los ojos como platos, atento al más mínimo acento, absorbiéndolo todo como una esponja... pero una vez absorbidos, no los puede interpretar. Para lograrlo, para dar este nuevo paso en su relación con el mundo necesita tener acceso a la reacción de su persona de confianza y referencia, de su mamá, de quien le acompaña en ese paseo; necesita ver, oír, sentir qué ocurre en el rostro de esa persona, si se asusta, si se mantiene tranquila, si parece preocupada o divertida... La actitud de esa persona ante todas esas experiencias que está viviendo le da la pista que precisa para saber si él mismo debe asustarse o se puede sentir seguro y tranquilo. Pero claro, un bebé que viaja por el mundo de espaldas a su cuidador, pierde esta pista y se queda desoladoramente sólo...
Un bebé de cara al mundo está perdido.
Un bebé de cara al mundo no sabe lo que está viendo, no sabe lo que oye, no entiende nada, y cuando todo este caos sensorial le supera y le agota ni siquiera tiene la opción de refugiarse en el cuerpo del portador, no puede "mirar hacia otro lado", no hay un lugar seguro y familiar hacia donde mirar.
Es tristemente curioso que mantengamos ese instintinto conservador que nos dificulta llevar a los bebés a nuestras espaldas y, sin embargo, no nos demos cuenta de lo devastador que puede ser conservarlos en nuestro pecho, sí, pero de espaldas a nosotros.
Es espantosamente triste que los profesionales que nos cuidan (??) lo hagan recomendándonos conductas como ésta desde tamaña ceguera.
Habría que empezar a analizar qué clase de prejuicios culturales nos ciega así, a qué tipo de corriente social nos estamos entregando que nos lleva a criar a nuestros bebés de esa manera tan extraña...
Y ahi estaba yo, en ese mercado medieval, el dia 12 ( sabado) poniendome de parto y corriendo a cruces en ambulancia ( que me rapto...yo queria ir en el coche con mi pareja...) y hace 1 mes con mi princesa con 1 añito...:)
ResponderEliminarJejejeje, me gusta tu comentario, Adriana!
ResponderEliminarQué tendrá nuestro Mercado Medieval???? Tú en ése te ponías de parto; yo, en el anterior, concebía a mi enana!!! Algo habrá en el aire... ;)